Este primer tema de la segunda unidad esta enfocado al PENSAMIENTO NUMERICO Y SISTEMAS DE NUMERACION, asi que empezaremos por la lectura de los dos primeros capitulos del libro MALDITAS MATEMATICAS: ALICIA EN EL PAIS DE LOS NUMEROS, donde se detalla a manera de cuento el origen de los numeros naturales. Espero te encante esta lectura.
Luego debes enviarme el correspondiente taller al correo: jonava2006@gmail.com
PENSAMIENTO NUMERICO Y
SISTEMAS DE NUMERACION
DERECHO BASICO DE APRENDIZAJE
Resuelve problemas que involucran números racionales
positivos (fracciones, decimales o números mixtos) en diversos contextos
haciendo uso de las operaciones de adición, sustracción, multiplicación,
división y potenciación. Realiza cálculos a mano, con calculadoras o
dispositivos electrónicos.
TEMA 1: INTRODUCCION
Lee con atención los dos capítulos del siguiente libro
MALDITAS MATEMATICAS:
ALICIA EN EL PAIS DE LOS NUMEROS
Capítulo 1
Las matemáticas no sirven
para nada
Alicia estaba sentada en un banco del parque que había al
lado de su casa, con un libro y un cuaderno en el regazo y un bolígrafo en la
mano. Lucía un sol espléndido y los pájaros alegraban la mañana con sus trinos,
pero la niña estaba de mal humor. Tenía que hacer los deberes.
— ¡Malditas matemáticas! ¿Por qué tengo que perder el
tiempo con estas ridículas cuentas en vez de jugar o leer un buen libro de
aventuras? — se quejó en voz alta—
. ¡Las matemáticas no sirven para nada!
Como si su exclamación hubiera sido un conjuro mágico, de
detrás de unos
matorrales que había junto al banco en el que estaba
sentada salió un curioso
personaje: era un individuo larguirucho, de rostro
melancólico y vestido a la
antigua; parecía recién salido de una ilustración de un
viejo libro de Dickens que había en casa de la abuela, pensó Alicia.
— ¿He oído bien, jovencita? ¿Acabas de decir que las
matemáticas no sirven para nada? —preguntó entonces el hombre con expresión
preocupada.
—Pues sí, eso he dicho. ¿Y tú quién eres? No serás uno de
esos individuos que
molestan a las niñas en los parques...
—Depende de lo que se entienda por molestar. Si las
matemáticas te disgustan
tanto como parecen indicar tus absurdas quejas, tal vez te
moleste la presencia de un matemático,
— ¿Eres un matemático? Más bien pareces uno de esos poetas
que van por ahí
deshojando margaritas.
—Es que también soy poeta.
—A ver, recítame un poema.
—Luego, tal vez. Cuando uno se encuentra con una niña
testaruda que dice que las matemáticas no sirven para nada, lo primero que
tiene que hacer es sacarla de su error.
-¡Yo no soy una niña testaruda! —protestó Alicia—. ¡Y no
voy a dejar que me hables de mates!
—Es una actitud absurda, teniendo en cuenta lo mucho que te
interesan los números.
— ¿A mí? ¡Qué risa! No me interesan ni un poquito así—replicó
ella juntando las yemas del índice y el pulgar hasta casi tocarse—. No sé nada
de mates, ni ganas.
—Te equivocas. Sabes más de lo que crees. Por ejemplo,
¿cuántos años tienes?
—Once.
— ¿Y cuántos tenías el año pasado?
—Vaya pregunta más tonta: diez, evidentemente.
— ¿Lo ves? Sabes contar, y ése es el origen y la base de
todas las matemáticas.
Acabas de decir que no sirven para nada; pero ¿te has
parado alguna vez a pensar cómo sería el mundo si no tuviéramos los números, si
no pudiéramos contar?
—Sería más divertido, seguramente.
—Por ejemplo, tú no sabrías que tienes once años. Nadie lo
sabría y, por lo tanto, en vez de estar tan tranquila ganduleando en el parque,
a lo mejor te mandarían a trabajar como a una persona mayor.
— ¡Yo no estoy ganduleando, estoy estudiando matemáticas!
—Ah, estupendo. Es bueno que las niñas de once años
estudien matemáticas. Por
cierto, ¿sabes cómo se escribe el número once?
—Pues claro; así —contestó Alicia, y escribió 11 en su
cuaderno.
—Muy bien. ¿Y por qué esos dos unos juntos representan el
número once?
—Pues porque sí. Siempre ha sido así.
—Nada de eso. Para los antiguos romanos, por ejemplo, dos
unos juntos no representaban el número once, sino el dos —replicó el hombre, y,
tomando el bolígrafo de Alicia, escribió un gran II en el cuaderno.
—Es verdad —tuvo que admitir ella—. En casa de mi abuela
hay un reloj del tiempo
de los romanos y tiene un dos como ése.
—Y, bien mirado, parece lo más lógico, ¿no crees?
— ¿Por qué?
—Si pones una manzana al lado de otra manzana, tienes dos
manzanas, ¿no es cierto?
—Claro.
—Y si pones un uno al lado de otro uno, tienes dos unos, y
dos veces uno es dos.
—Pues es verdad, nunca me había fijado en eso. ¿Por qué 11
significa once y no dos?
— ¿Me estás haciendo una pregunta de matemáticas?
—Bueno, supongo que sí.
—Pues hace un momento has dicho que no querías que te
hablara de matemáticas.
Eres bastante caprichosa. Cambias constantemente de
opinión.
— ¡Sólo he cambiado de opinión una vez! —protestó Alicia—.
Además, no quiero que me hables de matemáticas, sólo que me expliques lo del
once.
—No puedo explicarte sólo lo del once, porque en
matemáticas todas las cosas están relacionadas entre sí, se desprenden unas de
otras de forma lógica. Para explicarte por qué el número once se escribe como
se escribe, tendría que contarte la historia de los números desde el principio.
— ¿Es muy larga?
—Me temo que sí.
—No me gustan las historias muy largas; cuando llegas al
final, ya te has olvidado del principio.
—Bueno, en vez
de la historia de los números propiamente dicha, puedo contarte un cuento, que
viene a ser lo mismo...
Capítulo 2
El cuento de la cuenta
—Había una vez, hace mucho tiempo, un pastor que solamente
tenía una oveja
empezó el hombre—. Como sólo tenía una, no necesitaba
contarla: si la veía, es que la oveja estaba allí; si no la veía, es que no
estaba, y entonces iba a buscarla... Al cabo de un tiempo, el pastor consiguió
otra oveja. La cosa ya era más complicada, pues unas veces las veía a ambas,
otras veces sólo veía una, y otras ninguna...
—Ya sé cómo sigue la historia —lo interrumpió Alicia—.
Luego el pastor tuvo tres ovejas, luego cuatro..., y si seguimos contando más
ovejas me quedaré dormida.
—No seas impaciente, que ahora viene lo bueno.
Efectivamente, el rebaño del
pastor iba creciendo poco a poco, y cada vez le costaba más
comprobar, de un solo golpe de vista, si estaban todas las ovejas o faltaba
alguna. Pero cuando tuvo diez ovejas hizo un descubrimiento sensacional: si
levantaba un dedo por cada oveja y no faltaba ninguna, tenía que levantar todos
los dedos de las dos manos.
—Vaya tontería de descubrimiento —comentó Alicia.
—A ti te parece una tontería porque te enseñaron a contar
de pequeña, pero al
pastor nadie le había enseñado. Y no me interrumpas...
Mientras el pastor sólo tuvo diez ovejas, todo fue bien; pero pronto consiguió
algunas más, y entonces ya no le bastaban los dedos.
—Podía usar los dedos de los pies.
—Si hubiera ido descalzo, tal vez —convino él—. De hecho,
algunas culturas antiguas los usaban, y por eso contaban de veinte en veinte en
vez de hacerlo de diez en diez como nosotros. Pero el pastor llevaba
alpargatas, y habría sido muy incómodo tener que descalzarse para contar. De
modo que se le ocurrió una idea mejor: cuando se le acababan los diez dedos,
metía una piedrecita en su cuenco de madera, y volvía a empezar a contar con
los dedos a partir de uno, pero sabiendo que la piedra del cuenco valía por
diez.
— ¿Y no era más fácil acordarse de que ya había usado los
dedos una vez?
—Como dice el proverbio, sólo los tontos se fían de su
memoria. Además, ten en cuenta que nuestro pastor sabía que su rebaño iba a
seguir creciendo, por lo que necesitaba un sistema que sirviera para contar
cualquier cantidad de ovejas. Por otra parte, la idea de las piedras le vino
muy bien para descansar las manos, pues en vez de levantar los dedos para la
primera decena de ovejas, empezó a usar piedras que metía en otro cuenco, esta
vez de barro.
— ¡Qué lío!
—Ningún lío. Es más fácil de hacer que de explicar: al
empezar a contar las ovejas, en vez de levantar dedos iba metiendo piedras en
el cuenco de barro, y cuando llegaba a diez vaciaba el cuenco y metía una
piedra en el cuenco de madera, y luego volvía a llenar el cuenco de barro hasta
diez. Si al final tenía, por ejemplo, cuatro piedras en el cuenco de madera y
tres en el de barro, sabía que había contado cuatro veces diez ovejas más tres,
o sea, cuarenta y tres.
— ¿Y cuando llegó a tener diez piedras en el cuenco de
madera?
—Buena pregunta. Entonces echó mano de un tercer cuenco, de
metal, metió en él una piedra que valía por las diez del cuenco de madera y
vació éste. O sea, que la piedra del cuenco de metal valía por diez del cuenco
de madera, que a su vez valían cada una por diez piedras del cuenco de barro.
—Lo que quiere decir que la piedra del cuenco de metal
representaba cien ovejas.
—Muy bien, veo que has captado la idea. Si al cabo de una
jornada de pastoreo, tras meter las ovejas en el redil y contarlas una a una,
el pastor se encontraba, por ejemplo, con esto —dijo el hombre, tomando de
nuevo el bolígrafo y dibujando en el cuaderno de Alicia:
—Quiere decir que tenía doscientas catorce ovejas —concluyó
ella.
—Exacto, ya que cada piedra del cuenco de metal vale por
cien, la del cuenco de madera vale por diez y las del cuenco de barro valen por
una.
Pero entonces al pastor le regalaron un bloc y un lápiz...
—No puede ser —protestó Alicia—, el bloc y el lápiz son
inventos recientes; los
números se tuvieron que inventar mucho antes.
—Esto es un cuento, marisabidilla, y en los cuentos pueden
pasar cosas inverosímiles. Si te hubiera dicho que entonces apareció un hada
con su varita mágica, no habrías protestado; pero mira cómo te pones por un
simple bloc...
—No es lo mismo: en los cuentos pueden aparecer hadas, pero
no aviones ni cosas modernas.
—Está bien, está bien: si lo prefieres, le regalaron una
tablilla de arcilla y un
punzón. Y entonces, en vez de usar cuencos y piedras de
verdad, empezó a dibujar en la tablilla unos círculos que representaban los
cuencos y a hacer marcas en su interior, como acabo de hacer yo en tu cuaderno.
Sólo que, en vez de puntos, hacía rayas, para verlas mejor. Por ejemplo, la
figura siguiente significaba ciento setenta y tres.
Pero pronto se dio cuenta de que las rayas, si las hacía
todas verticales, no eran muy cómodas, pues no resultaba fácil distinguir, por
ejemplo, siete de ocho u ocho de nueve. Entonces empezó a diversificar los
números cambiando la disposición de las rayas:
A medida que iba familiarizándose con los nuevos números,
los escribía cada vez más deprisa, sin levantar el lápiz del papel (perdón, el
punzón de la tablilla), y empezaron a salirle así:
Poco a poco fue redondeando las siluetas de sus números con
trazos cada vez más fluidos, hasta que acabaron teniendo este aspecto:
Pronto comprendió que no hacía falta poner los círculos que
representaban los cuencos, ahora que los números eran compactos y no podían
confundirse las rayas de uno con las del de al lado. Así que sólo dejó el círculo
del cuenco cuando estaba vacío; por ejemplo, si tenía tres centenas, ninguna
decena y ocho unidades, escribía:
— ¿Y no es más fácil dejar sencillamente un espacio en
blanco? —preguntó Alicia.
—No, porque el espacio en blanco sólo se ve si tiene un
número a cada lado. Pero para escribir treinta, por ejemplo, que son tres
decenas y ninguna unidad, no puedes escribir sólo 3, porque eso es tres. Por
tanto, era necesario el círculo vacío.
El pastor acabó reduciéndolo para que fuera del mismo
tamaño que los demás signos, con lo que el trescientos ocho del ejemplo
anterior acabó teniendo este aspecto:
Había inventado el cero, con lo que nuestro maravilloso
sistema de numeración estaba completo.
—No veo por qué es tan maravilloso —replicó Alicia—. A mí
me parecen más
elegantes los números romanos.
—Tal vez sean elegantes, pero resultan poco prácticos.
Intenta multiplicar veintitrés por dieciséis en números romanos.
—No pienso intentarlo. ¿Te crees que me sé la tabla de
multiplicar en latín?
—Pues escribe en números romanos tres mil trescientos
treinta y tres.
—Eso sí que sé hacerlo —dijo Alicia, y escribió en su
cuaderno:
—Reconocerás que es más cómodo escribir 3.333 en nuestro
sistema posicional decimal.
—Sí, lo reconozco —admitió ella a regañadientes—. ¿Pero por
qué lo llamas sistema posicional decimal?
—En el sistema romano, todas las M valen lo mismo, y
también las demás letras, mientras que en nuestro sistema el valor de cada
dígito depende de su posición en el número. Así, en el 3.333, cada 3 tiene un
valor distinto: el primero de la derecha representa tres unidades, el segundo
tres decenas, el tercero tres centenas y el cuarto tres millares. Por eso
nuestro sistema se llama posicional. Y se llama decimal
—Sí, lo reconozco —admitió ella a regañadientes—. ¿Pero por
qué lo llamas sistema posicional decimal?
—En el sistema romano, todas las M valen lo mismo, y
también las demás letras, mientras que en nuestro sistema el valor de cada
dígito depende de su posición en el número. Así, en el 3.333, cada 3 tiene un
valor distinto: el primero de la derecha representa tres unidades, el segundo
tres decenas, el tercero tres centenas y el cuarto tres millares. Por eso
nuestro sistema se llama posicional. Y se llama decimal porque se salta de una
posición a la siguiente de diez en diez: diez unidades son una decena, diez
decenas una centena, diez centenas un millar...
TALLER 1
Responde las siguientes preguntas:
COMPRENSIÓN
LECTORA
1. ¿Cómo se llama la protagonista del libro? ¿Qué edad
tiene?
2. ¿Cuál era el principal problema de la protagonista
cuando empieza la historia?
3. ¿Cómo se llama el señor que intenta convencer a Alicia
de que las matemáticas son muy útiles?
4. ¿Cuál es la primera pregunta que le hace Charlie a
Alicia para demostrarle que sabe más matemáticas de lo que ella cree?
5. ¿Cómo le explica Charlie a Alicia que 11 significa once
y no dos (dos veces uno)?
6. Explica cómo el pastor del cuento que el matemático le
está contando a Alicia se las arreglaba para contar un rebaño de más de cien
ovejas.
7. ¿Por qué nuestro sistema de numeración se llama
posicional decimal?
8.. En un párrafo Charlie explica que, si el pastor hubiera
utilizado las manos y los pies, el sistema de numeración se llamaría vigesimal.
Averigua que es un sistema de numeración y en que civilizaciones se usa el
sistema de numeración vigesimal
CUESTIONARIO MATEMATICO:
Un cuadrado mágico es una cuadricula de 3 x 3 casillas en
las que se colocan los números del 1 al 9, de tal manera que todas las filas,
columnas y diagonales sumen lo mismo. Completa el siguiente cuadrado mágico
PREGUNTAS DE VALORACION PERSONAL
1.
¿Porque
crees que el libro se llama así?
2.
Elabora
un resumen de la biografía del autor
3. ¿Habías leído antes algún libro de cuentos relacionado
con las matemáticas? En caso afirmativo, ¿cuál? Y en caso negativo, ¿por qué?
4.
¿Recomendarías este libro a otra
persona? Da una razón de tu opinión
FIN DE ESTE TEMA.